Comentario
Los problemas planteados son, por tanto, muchos y nuestro conocimiento acerca de las características y el funcionamiento de los diferentes tipos de máquinas -incluso si nos remitimos a la documentación- es solamente aproximado. Para atacar una fortificación, ante todo era necesario poder acercarse a ella con seguridad y, a tal fin, los medios más sencillos y corrientes eran los manteletes, escudos móviles construidos sobre ruedas y destinados a proteger a los zapadores que, bajo el fuego enemigo, se veían obligados a alisar el terreno y rellenar el foso defensivo, abriendo de este modo el camino a las armas más pesadas y espectaculares, ya mencionadas al hablar del asedio de Durrës.
La primera en entrar en acción era la tortuga (denominada también vinea en la Antigüedad y gato en el Medievo). Se trataba de una robusta cabaña blindada, provista de un techo muy inclinado, que favorecía el deslizamiento de los proyectiles que el enemigo lanzaba desde las alturas de la fortificación; bajo ella, se guarecían los hombres para poder acercarse indemnes a la muralla y socavar sus cimientos con herramientas específicamente creadas con este fin, o bien abrir brechas en ellas a base de golpes de ariete.
Tanto el gato como la torre móvil de varios pisos (denominada en la Antigüedad helepolis; castillo de madera en el ámbito medieval latino y belfredo o battifredo en la Europa Central de la época) estaban protegidos contra el fuego por pieles de buey recién despellejadas (lógicamente, con el pelo hacia el interior), fango y materiales esponjosos humedecidos con vinagre, destinados a paliar los efectos del temido fuego líquido o griego, cuyo secreto de fabricación fue largamente ocultado durante años por los emperadores bizantinos.
A veces, se recurría a un blindaje mucho más costoso, realizado con planchas metálicas, como el que se utilizó en la gran torre móvil empleada por los imperiales contra Crema en 1159. Dañada por la artillería de los asediados cuando realizaba las maniobras de aproximación, fue retirada y reforzada con mimbres entrecruzados, cuero y paños de lana que amortiguaran los golpes; además, fueron atados a ella algunos de los rehenes de Crema que el emperador tenía en su poder, pérfida estratagema -que, como otras muchas- ya se había experimentado durante la Primera Cruzada.
En ocasiones, también las escaleras de asalto iban montadas sobre ruedas, para que fuera más fácil su aproximación y más difícil derribarlas. A menudo, sin embargo, se debían emplear simples y frágiles escalas de estacas y cuerda, a las que tan sólo se les exigía el requisito de ser tan altas como los muros a escalar, lo que suponía la necesidad de observaciones y cálculos que no siempre eran fáciles de realizar.